Sobre el Arrepentimiento 83
1 Esta función84 de la Ley la mantiene y la practica el Nuevo Testamento. Es lo que hace Pablo cuando dice en el capítulo 1 de Romanos: “La ira de Dios se revela desde el cielo contra los hombres” (Ro. 1:18); igualmente en el capítulo 3. El mundo entero es culpable ante Dios y ningún hombre es justo ante Él (Ro. 3:19 y 20); Cristo mismo dice en el capítulo 16 de Juan que el Espíritu Santo convencerá al mundo de pecado (Jn. 16:8).
2 Esto es el rayo de Dios con el cual destruye en conjunto tanto a los pecadores manifiestos como a los falsos santos; a nadie deja ser justo, les infunde a todos el horror y la desesperación. Es el martillo (como dice Jeremías): “Mi palabra es como martillo que quebranta la piedra”) (Jer. 23:29). Esto no es una activa contritio, una contrición que sería obra del hombre sino una pasiva contritio, el sincero dolor del corazón, el sufrimiento y el sentir la muerte.
3 Y es así como comienza el verdadero arrepentimiento, debiendo el hombre escuchar la siguiente sentencia: “Vosotros todos nada valéis; vosotros, ya seáis pecadores manifiestos o santos, debéis llegar a ser otros de lo que sois ahora, y obrar de manera distinta que ahora. Quienes y cuan grandes seáis, sabios, poderosos y santos, y todo cuanto queráis, aquí no hay nadie justo, etcétera”.85
4 A esta función86 el Nuevo Testamento agrega inmediatamente la consoladora promesa de la Gracia, promesa dada por el Evangelio y en la cual hay que creer. Como Cristo dice en el capítulo 1 de Marcos: “Arrepentios y creed en el Evangelio” (Mr. 1:15). Esto es, haceos otros y obrad de otra manera y creed mi promesa. 5 Y antes que él, Juan es llamado un predicador del arrepentimiento, pero para la remisión de los pecados. Esto es, [su misión] consistía en castigar a todos los hombres y presentarlos87 como pecadores, para que supiesen lo que eran ante Dios y se reconociesen como hombres perdidos y para que entonces estuviesen preparados para el Señor a recibir la Gracia, esperar y aceptar el perdón de los pecados. 6 Cristo mismo lo dice en el último capítulo de Lucas: “Es necesario que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecado en todas las naciones” (Lc. 24:47).
7 Sin embargo, cuando la Ley ejerce tal función sola, sin el apoyo del Evangelio, es la muerte, el infierno, y el hombre debe caer en desesperación, como Saúl y Judas,88 según dice San Pablo: “Porque sin la Ley el pecado está muerto” (Ro. 7:10). 8 A su vez el Evangelio no da una sola clase de consuelo y perdón, sino que por la Palabra, por los Sacramentos y por otros medios semejantes, como lo explicaremos, de modo que la redención sea tan abundante en Dios (como lo dice el Salmo 12989) frente a la gran cautividad de los pecados.
9 Pero, ahora es necesario que comparemos el arrepentimiento verdadero con el arrepentimiento falso de los sofistas,90 de manera que ambos sean entendidos mejor.
Sobre el Falso Arrepentimiento de los Papistas
10 Ha sido imposible para los papistas enseñar correctamente acerca del arrepentimiento, ya que desconocen los verdaderos pecados. En efecto, como lo hemos dicho antes, captan mal el pecado original; por lo contrario, dicen que las fuerzas naturales del hombre han permanecido enteras e incorruptas; que la razón puede enseñar correctamente y la voluntad cumplir correctamente lo que dicta la razón; que Dios da con toda certeza al hombre la Gracia cuando hace todo lo que le es posible según su libre voluntad.
11 De esto necesariamente tenía que seguir que no se arrepentían sino solamente de los pecados actuales, como los malos pensamientos a los cuales la voluntad del hombre no se había resistido (pues los malos afectos,91 placeres, los deseos impuros, las malsanas excitaciones no eran considerados pecados), malas palabras, malas obras, cosas todas de las cuales podría haberse abstenido la libre voluntad.
12 En este arrepentimiento distinguían tres partes: Contrición, confesión y satisfacción,92 agregando este consuelo y esta promesa; Si el hombre siente una contrición verdadera, se confiesa y da satisfacción, entonces ha merecido con ello el perdón y ha pagado sus pecados ante Dios. Conducían de esta forma a los penitentes a confiar en sus propias obras. 13 De aquí viene la fórmula que se pronunciaba desde el púlpito en la confesión general al pueblo: “Oh, Dios, prolonga mi vida hasta que yo haya hecho penitencia por mis pecados y haya mejorado mi vida”.93
14 Aquí no había mención alguna de Cristo o de la fe; por lo contrario, se esperaba por medio de las propias obras vencer los pecados y borrarlos ante Dios. También nosotros hemos llegado a ser sacerdotes y monjes, porque queríamos luchar nosotros mismos contra el pecado.
15 Con la contrición sucedía lo siguiente: Como ningún hombre podía acordarse de todos sus pecados (en particular los cometidos durante un año entero94), encontraron entonces la siguiente escapatoria: al venir a la memoria los pecados olvidados, era preciso sentir contrición también de ellos, y confesarlos, etc.; mientras tanto estaban encomendados a la gracia divina.
16 Además, como nadie sabía cuán grande debía ser la contrición, para que fuese satisfactoria ante Dios. daban el siguiente consuelo: El que no podía tener la contrición, debía tener atrición, o sea, lo que yo podría llamar una contrición a medias o el comienzo de una contrición, pues ellos mismos no han comprendido, ni saben lo que significan ambas cosas, lo mismo que yo. Tal attritio era contada como contritio en la confesión.
17 Si ocurría que alguien afirmaba que no podía sentir contrición o pesar por sus pecados –lo que podía acontecer en trato amoroso con rameras o afán de venganza, etc.- se le preguntaba si acaso no deseaba o quisiera gustosamente sentir contrición. Si respondía sí (en efecto, ¿quién sino el diablo diría no?), consideraban esto entonces como contrición y le perdonaban los pecados en razón de esta su buena obra. Aquí citaban como ejemplo a San Bernardo, etcétera.95
18 Aquí se ve que la ciega razón anda a tientas en las cosas de Dios y busca consuelo en sus propias obras, según su antojo, sin que pueda pensar en Cristo o en la fe. Si se examina esto a la luz del día, tal contrición es una idea fabricada e inventada por las propias fuerzas, sin fe y sin conocimiento de Cristo. En ello, a veces, el pobre pecador, si hubiera pensado en su placer o venganza, habría preferido reír que llorar, con excepción de los que han sido tocados en lo más íntimo por la Ley o atormentados en vano por el diablo con un espíritu de tristeza. De lo contrario, con certeza, tal contrición ha sido pura hipocresía y no ha matado el deseo de pecado. En efecto, tuvieron que sentir contrición cuando habrían preferido pecar si hubiesen tenido la libertad.
19 En relación con la confesión las cosas estaban del modo siguiente: Cada cual debía relatar todos sus pecados (cosa completamente imposible), lo que era un gran tormento. Sin embargo, los que había olvidado le eran perdonados bajo la condición de que los confesara cuando los recordase.
No podía saber jamás si se había confesado con bastante pureza o cuando alguna vez debería tener un fin la confesión. No obstante, era remitido a sus obras y se le decía que cuanto con mayor pureza se confiese un hombre y cuanto más se avergüence y humille ante el sacerdote, tanto más pronto y mejor satisfará por sus pecados, pues tal humildad adquirirá con certeza la Gracia de parte de Dios.96
20 Aquí no había tampoco ni fe ni Cristo y no se le anunciaba la virtud de la absolución,97 sino que su consuelo consistía en recuentos de pecados y avergonzarse. Pero no es aquí el lugar de relatar cuántas torturas, canalladas e idolatrías ha producido tal clase de confesión. 21 La satisfacción es cosa aún más compleja, pues ningún hombre podía saber cuánto debía hacer por un solo pecado y mucho menos por todos. Imaginaron entonces un recurso, es decir, imponían escasas satisfacciones que se podían cumplir fácilmente, como cinco padrenuestros, un día de ayuno, etcétera. El resto del arrepentimiento lo remitían al purgatorio.
22 Aquí no había tampoco sino miseria y aflicción. Algunos pensaban que nunca saldrían del purgatorio, porque de acuerdo con los antiguos cánones a un pecado mortal se le adjudicaban siete años de penitencia.98 23 También aquí se depositaba la confianza en nuestras obras de la satisfacción y si la satisfacción hubiera podido ser perfecta, entonces la confianza se habría posado totalmente sobre ella y ni la fe ni Cristo habrían sido útiles; pero tal satisfacción perfecta era imposible. Aun cuando alguien hubiese practicado tal clase de arrepentimiento durante cien años, no obstante, no habría sabido cuándo habría llegado a un arrepentimiento completo. Esto significaba arrepentirse constantemente y nunca llegar al verdadero arrepentimiento.
24 Entonces vino a ayudar aquí la santa sede de Roma a la pobre iglesia e inventó las indulgencias, por las cuales perdonaba y suprimía la satisfacción, primero por siete años en casos particulares, después por cien años, etc.; y las repartía entre los cardenales y los obispos, de manera que uno podía dar cien años, otro cien días de indulgencia. Sin embargo, la supresión de toda la satisfacción la santa sede la reservaba para ella misma.99
25 Dado que tal cosa comenzó a ser fuente de dinero y el mercado de bulas era bueno, la santa sede inventó “el año áureo”100 y lo radicó en Roma. Esto significaba perdón de todos los tormentos y culpas.101 Entonces acudió a la gente, pues cada uno quería verse librado de la tan pesada e insoportable carga. Esto significaba descubrir y poner a la luz los tesoros de la tierra.102 En seguida se apresuró el Papa a establecer muchos años áureos.103 Pero cuanto más dinero engullía tanto más se le ensanchaba su gaznate. Por eso envió sus legados con estos años áureos a los países, hasta que cada iglesia y cada casa estuvieron llenas de años de oro.104 26 Finalmente irrumpió hasta en el purgatorio, entre los muertos, primero con fundaciones de misas y de vigilias, después con su indulgencia105 con bulas y con su jubileo y por fin las almas bajaron tanto de precio que liberaba a una por un céntimo.106
27 Aquí vemos que el falso arrepentimiento comenzó con pura hipocresía y que terminó con tan gran bajeza y maldad. Sin embargo, todo esto no sirvió de nada, pues aunque el Papa enseñaba a la gente a depositar su confianza en tales indulgencias, por otra parte él mismo las tornaba inciertas, ya que decía en sus bulas: “Quien quiera tener parte en las indulgencias o en los años de oro, deberá sentir contrición, confesarse y dar su dinero”.107 Ya hemos escuchado arriba que tal contrición y confesión son inciertas entre ellas e hipocresía. Asimismo nadie sabía qué alma estaría en el purgatorio y si había alguna, ¿Quién sabía cuál había sentido contrición y se había confesado correctamente? Entonces tomaba el papa el dinero y remitía consoladoramente a las almas al poder e indulgencias papales, y sin embargo, las encomendaba a las obras inciertas hechas por las almas mismas. Esto significaba la justa recompensa para el mundo por su falta de gratitud frente a Dios.
28 Sin embargo, había algunos hombres que no se creían culpables de tales pecados reales con pensamientos, palabras y obras, como yo y mis compañeros que en los conventos y fundaciones queríamos ser monjes y frailes y que con ayuno, vigilias, oraciones, celebraciones de misas, llevando vestimentas burdas y yaciendo sobre lechos duros, etc., luchábamos contra tales malos pensamientos y con seriedad y tenacidad queríamos ser santos y, sin embargo, el mal hereditario e innato se manifestaba en el sueño (como San Agustín y Jerónimo y otros más lo confiesan), lo que es propio de la naturaleza del mal. De esta forma cada uno de entre nosotros, no obstante, decía, considerando al vecino, que algunos eran tan santos como nosotros lo enseñábamos, los cuales eran sin pecados y llenos de buenas obras, de modo que podíamos ceder y vender a otros nuestras obras, para nosotros superabundantes, para llegar al cielo. Esto es la pura verdad. Existen sellos, cartas y ejemplos al respecto.
29 Estos hombres no tenían necesidad del arrepentimiento. ¿De qué, en efecto, tendrían que sentir contrición, puesto que su voluntad no había aprobado sus malos pensamientos? ¿Qué tendrían que confesar, puesto que habían evitado las malas palabras? ¿Por qué tendrían que dar satisfacción si no habían cometido malas acciones, hasta el punto que podían vender su justicia superabundante a otros pobres pecadores? Los escribas y fariseos del tiempo de Cristo eran también santos de esta clase.
30 Aquí viene el ángel de fuego (Apo. 10:1), mencionado por San Juan, el predicador del verdadero arrepentimiento y con un solo golpe de trueno los destruye a todos en masa,108 diciendo: “Arrepentios” (Mt. 3:2). Algunos piensan: “Nosotros ya nos hemos arrepentido”. 31 Otros opinan: “Nosotros no necesitamos arrepentirnos”. 32 Juan afirma: “Arrepentios los unos como los otros; pues vuestro arrepentimiento es falso y la santidad de éstos también es falsa; necesitáis los unos como los otros perdón de los pecados, ya que ni unos ni otros sabéis lo que es realmente pecado y mucho menos que debéis arrepentiros del pecado o evitarlo. Ninguno de vosotros es bueno; estáis llenos de incredulidad; no comprendéis ni conocéis a Dios ni a su voluntad. Porque aquí está presente aquél de cuya plenitud debemos recibir todos gracia sobre gracia (Jn. 1:16) y ningún hombre puede ser justo ante Dios sin Él. Por eso, si queréis arrepentiros, hacedlo en forma correcta. Vuestro modo de arrepentirse de nada sirve. Y vosotros, hipócritas, que no requerís arrepentimiento, raza de víboras (Mt. 3:7), ¿quién os ha asegurado que escaparéis a la ira venidera?”.
33 Del mismo modo predica San Pablo en el tercer capítulo de la Epístola a los Romanos (3:10-12) y afirma: “No hay ninguno que entienda, ningún justo; no hay ninguno que respete a Dios, ninguno que haga el bien, ni siquiera uno solo; todos son incapaces y renegados”. 34 También se lee en los Hechos de los Apóstoles: “Dios ordena a todos los hombres en todos los lugares que se arrepientan” (Hch. 17:30). “Todos los hombres” (dice él); no exceptúa a ningún ser humano. 35 Ese arrepentimiento nos enseña a conocer el pecado, es decir, que estamos perdidos, de modo que ni nuestra piel ni nuestros cabellos son buenos y que debemos ser enteramente renovados y llegar a ser hombres distintos.
36 Este arrepentimiento no es parcial109 y miserable como aquél que no expía sino los pecados actuales, y tampoco es incierto como aquél, pues no disputa lo que es pecado o no, sino que al contrario no hace diferencia y dice: En nosotros todo no es sino puro pecado. ¿Para qué buscar, dividir o distinguir tanto?. Por eso, la contrición no es tampoco aquí incierta, pues no queda nada con que pudiéramos inventar algo bueno para pagar los pecados, sino que únicamente permanece con certeza un despertar en todo lo que somos, pensamos, hablamos o hacemos, etcétera.
37 Asimismo la confesión no puede ser falsa, incierta o parcial, pues quien confiesa que todo en él no es más que puro pecado, incluye con ello a todos los pecados, no omite ni olvida alguno. 38 Tampoco la satisfacción puede ser incierta, pues no es nuestra obra incierta y pecaminosa, sino el sufrimiento y la sangre del inocente “Cordero de Dios”, que quita los pecados del mundo” (Jn. 1:29).
39 Acerca de este arrepentimiento predica Juan y después de él Cristo en el Evangelio y nosotros también. Con este arrepentimiento echamos por tierra al Papa y todo lo que está construido sobre nuestras buenas obras; pues todo está realizado sobre una base podrida y falsa, lo que se llama buenas obras o Ley, mientras que no existe obra buena alguna, sino únicamente obras malas. Nadie cumple la Ley, sino que todos la infringen (como Cristo lo dice en Juan 7:19). Por eso, el edificio no es más que puras mentiras e hipocresías falsas, incluso donde se presenta como lo más santo y bello.
40 Y este arrepentimiento perdura entre los cristianos hasta la muerte, pues lucha con los restantes pecados en la carne durante toda la vida, como San Pablo lo atestigua en Romanos 7:23; 8:2, que él lucha contra la Ley de sus miembros, etc., y esto no mediante propias fuerzas sino mediante el don del Espíritu Santo, don que sigue a la remisión de los pecados. Este mismo don nos purifica y nos limpia diariamente de los restantes pecados y procura hacer rectamente puro y santo al hombre.
41 De estas cosas nada sabe el Papa, los teólogos, los juristas ni hombre alguno; es una doctrina que viene del cielo, revelada por el Evangelio y que es considerada herejía por los santos impíos.
42 Por otra parte, es posible que vinieran ciertos sectarios110 –existen quizás algunos por ahí y en el tiempo de la sedición los tuve presentes ante mi propia vista111– estimando que todos los que un día han recibido el Espíritu o la remisión de los pecados o que han llegado a ser creyentes, permanecen, sin embargo, en la fe, aun cuando después hayan caído en pecado, y sostienen que no les perjudica tal pecado. Éstos gritan así: “Haz lo que quieras; si crees, todo el resto no es nada; la fe borra todos los pecados”, etcétera. Agregan que si alguien peca después de haber recibido la fe y el Espíritu, entonces nunca ha recibido en verdad el Espíritu y la fe. Me he encontrado mucho con tales hombres insensatos y temo que aún habite entre alguno de ellos un diablo semejante.
43 Por eso es necesario saber y enseñar que si las personas santas, fuera de que tienen y sienten el pecado original, luchando y haciendo arrepentimiento diario por ello, caen en pecados manifiestos, como David en adulterio, asesinato y blasfemia, esto significa que la fe y el Espíritu Santo estuvieron ausentes. 44 Pues el Espíritu Santo no deja gobernar ni prevalecer al pecado hasta tal punto de que se concrete, sino que reprime y opone resistencia, de modo que no puede hacer lo que quiere. Si hace, no obstante, lo que quiere, entonces el Espíritu Santo y la fe no están presentes. 45 Porque se dice, como San Juan: “Quien ha nacido de Dios, no peca ni puede pecar” (1Jn. 3:9; 5:18). Y es también efectivamente la verdad (como el mismo San Juan escribe): “Si decimos que no tenemos pecados, entonces mentimos y la verdad de Dios no está en nosotros” (1Jn. 1:18).